ESCUCHAR EL SILENCIO

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Escuchar es un arte. Lo es cuando el mensaje nos viene cifrado a través de las palabras, con diferente tono y acompañado con gestos. Pero es más difícil todavía escuchar el silencio. Y, sin embargo, en ocasiones, el mensaje más importante es vehiculado a través del elocuente silencio.


Escuchar lo que no se oye

A veces, en las personas a las que intentamos ayudar, significa: “estoy preocupado”; otras: “tengo miedo”; quizás también: “no me atrevo a contar lo que siento” y mil mensajes más pueden estar ocultos en el silencio. ¡Qué expresiva la frase que Tolstoi pone en boca de Iván Illich en el lecho de muerte: “Mi silencio les estorba. Yo era como botella al revés, cuya agua no puede salir porque la botella está demasiado llena”.

Solo es capaz de escuchar el silencio quien maneja sus propios sentimientos, sobre todo la impotencia experimentada al captar la densidad comunicativa del silencio en medio del sufrimiento. Porque, probablemente también sea cierto en la estación de la enfermedad y del dolor que  “los ríos más profundos son siempre los más silenciosos”, como decía Curcio.

A escuchar el silencio se puede aprender, como a escuchar la palabra.

Un discípulo, antes de ser reconocido como tal por su maestro, fue enviado a la montaña para aprender a escuchar la naturaleza.

Al cabo de un tiempo, volvió para dar cuenta al maestro de lo que había percibido.
- He oído el piar de los pájaros, el aullido del perro, el ruido del trueno...
- No -le dijo el maestro-, vuelve otra vez a la montaña. Aún no estás preparado.

Por segunda vez dio cuenta al maestro de lo que había percibido.
- Maestro, he oído el ruido de las hojas al ser mecidas por el viento, el cantar del agua en el río, el lamento de una cría sola en el nido.
- No -le dijo de nuevo el maestro-. Aún no. Vuelve de nuevo a la naturaleza y escúchala.

Por fin, un día...
- Maestro, he oído el bullir de la vida que irradiaba del sol, el quejido de las hojas al ser holladas, el latido de la savia que ascendía en el tallo, el temblor de los pétalos al abrirse acariciados por la luz.
- Ahora sí. Ven, porque has escuchado lo que no se oye.

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