EL SILENCIO Y QUIETUD


“Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos”.-Curcio-




Quedarnos quietos y sumergirnos en el silencio es un camino para volver a encontrarnos con lo esencial.
Hemos olvidado que una mente y un corazón en paz son el único camino para alcanzar el equilibrio y con él, el bienestar.

El silencio es la vía más sencilla y natural para aquietar la mente y calmar las emociones. Esta es una verdad muy simple, que tiene consecuencias muy profundas. Es sorprendente todo lo que podemos lograr si básicamente aprendemos a guardar silencio, sin apenas movernos. No como un acto de contención o represión, sino como una manera de sortear inteligentemente todo tipo de situaciones.

No es exagerado decir que la vida de cualquier persona puede cambiar si tan solo logra que el silencio ocupe un lugar central. Son incontables los conflictos que se logran evitar, las culpas que se conjuran, la claridad que se consigue y el equilibrio que se alcanza. De hecho, muchos conocedores definen el zen precisamente como la capacidad para guardar silencio y quedarse quieto.



En la actualidad, todo parece ir en contra de la tranquilidad, el silencio y las formas de vida sencillas. Por el contrario, nos rodeamos de estímulos, experiencias y de ruido, mucho ruido. El ser humano permanece en una actitud de acumulación que conduce a estados de inquietud. Fácilmente terminamos sintiéndonos insatisfechos, sin importar cuántas experiencias, amores, dinero o éxitos hayamos logrado acumular. La razón es una sola: nos hemos olvidado de lo esencial.

El bombardeo de estímulos

Aunque todos los avances de la ciencia y la tecnología han tenido lugar para resolver problemas y hacer más simple la vida, finalmente no lo han logrado. Y no ha sido así porque la simplicidad es un concepto que está en la mente y el corazón de las personas, no en un aparato o en un mecanismo.

Muchos de los inventos contemporáneos existen, fundamentalmente, para ahorrarnos tiempo. El tiempo es vida y lo que se ha pretendido es que no desperdiciemos ese valioso bien realizando acciones mecánicas que poco o nada le aportan a nuestro crecimiento. Sin embargo, en lugar de aprovechar esa maravillosa oportunidad, terminamos haciendo de ese tiempo libre un espacio para la compulsión, las acciones banales y los automatismos.

Es como si nos aterrara dejar momentos o espacios en blanco. Nos obsesiona el llenar cualquier vacío. Esa es la razón por la que también el silencio se ha vuelto intolerable para muchas personas. Creen que siempre deben reaccionar, decir algo, o que se lo digan.

¡Hay que ver cómo se aterran algunos cuando no tienen el teléfono móvil al lado…! Esto supone un silencio en esa infinita interacción virtual que sostienen.


Una vida simple

Nos complicamos la vida de forma innecesaria. Nos llenamos de objetos, deseos y acciones completamente intrascendentes. Y a veces, cuando sentimos el peso de todo eso, terminamos tratando de adquirir otro objeto u otra experiencia para conjurar ese malestar. Se nos olvida que la clave no es adquirir algo adicional, sino deshacernos de lo que nos sobra.

Una vida simple es aquella en la que se tiene y se hace sencillamente lo que se necesita. Comer cuando tenemos hambre y dejar de hacerlo cuando nos saciamos. Dormir cuando tenemos sueño y nos acostamos, y estar despiertos cuando es necesario. Trabajar, amar, disfrutar de los momentos de ocio, aplicarnos en los momentos de trabajo…

La simplicidad está en retornar a lo esencial. Parte del secreto para lograrlo está en volver a dar un lugar al silencio. Este es el camino para que la mente y el corazón adquieran un ritmo más pausado. Solo así logramos reconocer lo que hay en nuestro interior.

El silencio y su riqueza

El silencio sí tiene la capacidad para cambiar nuestra vida porque a través de él nos reencontramos con lo esencial de nosotros mismos. El maestro zen Jorge Bustamante, señala que silencio y quietud van de la mano. ¿Cómo quedarnos quietos? Simplemente dejando de movernos. Después, la quietud interior vendrá por sí sola.

Nuestro problema no son las cosas que no tenemos, ni los amores que nos abandonan, ni las posiciones o experiencias que no logramos alcanzar. El problema está en ese deseo frenético y equivocado de alcanzar algo externo, para que se pacifique nuestro mundo interno. Es un saco sin fondo en el que siempre habrá un lugar para algo más y nunca aparecerá la sensación de que ya es suficiente.

El silencio y la quietud contribuyen a calmar ese deseo caótico e insaciable y favorecen ese estado de paz interior que tanto necesitamos. Nos ayudan a diferenciar lo esencial de lo innecesario. Esto se traduce en mayor claridad interior, mayor lucidez y, por supuesto, mejores acciones y decisiones. El silencio también habla, nos habla. ¿Por qué no escucharlo?



Edith Sánchez en La Mente es Maravillosa

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