EL INFIERNO DE NO HACER NADA


Había, una vez, un hombre que acababa de morir. Tal y como había oído decir, siguió una brillante luz que le condujo a un  deslumbrante espacio abierto en el que había  un original edificio blanco, ante cuya puerta llegó, sin saber cómo.
Salió a recibirle un señor vestido también de blanco, con guantes y chaqué, que le recibió ceremoniosamente, con una amplia sonrisa:

-Bien venido, señor. Soy el encargado de acomodarle. Sígame, si es tan amable.

Fue conducido a una especie de aparthotel, con amplios ventanales a un jardín maravilloso. Pero estaba totalmente desamueblado. No había nada. Desconcertado, se dirigió a su anfitrión:
-Pero...
- Si, ya... Nosotros desconocemos su gustos y  deseos. Es usted mismo quien equipará su morada. Sólo tiene que desear algo y se ejecutará, de inmediato. Todo se hará presente en el acto.

El hombre hizo una prueba, deseo un sofá y, en efecto, quedó impresionado con su aparición. El señor de blanco se despidió sonriente, al tiempo que señalaba un pulsador azul:
- Le deseo una feliz estancia. Si puedo servirle en algo, pulse este botón y estaré con usted inmediatamente.

El hombre, muy satisfecho con su suerte, se quedó pensando: ¡Nunca creí que yo acabaría en el Cielo! ¡Ni que el Cielo fuera algo tan mágico como esto! Y se puso a disfrutar de la realización de sus deseos. 

Los mejores muebles que era capaz de imaginar se hicieron presentes en aquel apartamento. Cuando algo no acababa de gustarle, lo cambiaba con solo mirarlo. Hizo presentes y disfrutó de los mejores manjares y las mejores bebidas que conocía o era capaz de imaginar. 
Paseó por un jardín que, a su paso, se iba adornando  con todas sus flores y plantas preferidas. 
Tumbado en una hamaca, en su terraza, se puso a pensar qué le gustaría hacer. Y se dijo, que le gustaría tener un pequeño terreno, en aquel jardín, donde sembrar tomates y lechugas y poder comer de su propia producción. Localizó  el sitio que le pareció apropiado e intentó formular su deseo de un terreno mullido y semillas para la siembra. No funcionó. Probó, una y otra vez, y nada. 
Enfadado, pulsó el botón y, en el acto, apareció el anfitrión.
-¡Esto no funciona, señor! ¡He formulado repetidamente mi deseo de un terreno para sembrar mis tomates y mis lechugas, y no aparece!
- Perdone que no se lo advirtiera. Aquí no existe el tiempo. No puede desear algo que esté sometido a su trabajo y a la sucesión del tiempo. Su deseo de hacer cosas aquí no funciona, no es posible. Lo siento.
- ¡ Pues me voy al infierno !

- ¡¿Y dónde cree usted que está, señor?!



(Cuento de autor desconocido, redactado por J.L)

No hay comentarios:

Publicar un comentario