“Reconocer que ” yo soy el que elige” y que ” yo soy el que determina el valor que una experiencia tiene para mí ” es algo que enriquece pero también atemoriza.”–Carl Rogers–
QUIEN TE ENFADA, TE DOMINA
“Quien
te enfada, te domina”… Piénsalo bien, o ¿no es verdad? Cuando algo no
ha sucedido como queríamos o alguien no ha respondido como esperábamos,
cuando nos ha molestado el comportamiento de una persona o lo que nos ha
dicho, solemos expresar lo que sentimos con expresiones como “me has
hecho enfadar”, “me has hecho daño”, “me has cabreado…”
Si
nos paramos a reflexionar sobre ello y decidimos profundizar, la
traducción de nuestros mensajes viene a ser algo tal como “tú eres el
culpable de cómo me siento”, “tú eres el responsable de que yo esté así”
o “tú me has perjudicado”, es decir, yo estoy mal por tu culpa.
Si
alguien nos enfada es porque le hemos concedido el permiso para
hacerlo, pues en realidad cuando alguien nos enfada, lo que internamente
resuena en nuestro interior es “lo que tú piensas sobre mí, es más
importante que lo que yo pienso sobre mí”. Piénsalo.
En
estos casos, la responsabilidad de cómo nos sentimos, la dirigimos
hacia los demás, es decir hacia afuera. Por lo que dependiendo de los
demás, así nos encontraremos nosotros.
Resulta
que en lugar de hacernos cargo de nuestras emociones y sentimientos, de
dirigirnos hacia dentro y asumir la responsabilidad de lo que sentimos,
otorgamos el poder o el consentimiento a los otros. Porque nadie te
enfada sin tu consentimiento ¿o no?
Y
es cierto, que asumir todo el peso que conlleva un enfado o una
molestia es algo complicado y que cuesta… y más si estamos acostumbrados
a poner nuestro foco fuera. Sigue siendo más fácil, culpar al compañero
y que sea el quien intente lidiar con nuestro cabreo, que nosotros
mismos… pero así nunca llegaremos a conectar con nuestro interior.
SI NO ACEPTAMOS EL REGALO, SEGUIRÁ SIENDO DE LA OTRA PERSONA
En
ocasiones, echar balones fuera o culpar a los demás de cómo nos
sentimos sucede porque nos encontramos movidos por nuestro ego, el cual,
a modo de resumen consiste en identificarnos con lo que tenemos, lo que
hacemos y cómo nos valoran.
Una
vez que nos hemos alejado del ego y lo hemos dejado aparcado,
comenzamos a tomar más responsabilidad tanto de nuestros pensamientos y
comportamientos, como de nuestras emociones, y nadie nos puede hacer
daño; porque consideramos que aquello que somos está mucho más allá de
los bienes materiales, nuestros actos o de la opinión ajena.
Para
ello podemos ayudarnos pensando que cuando alguien nos insulta o hace
algo que no nos gusta es como si nos estuviera ofreciendo un regalo. Si
no lo aceptamos, el regalo seguirá siendo de la persona, mientras que si
lo aceptamos lo recogeremos. En última instancia, la decisión será
nuestra.
Así,
los insultos, las provocaciones o incluso las acciones de otros, son
como esos regalos, que nosotros elegimos si aceptar o no; por lo que no
podemos culpar a nadie de nuestra decisión, tan solo podemos
responsabilizarnos de nuestra actitud, de nuestra elección.
No podemos cambiar a los demás, pero sí nuestra actitud
Tenemos
que tener en cuenta que el choque de las expectativas que nos hemos
formado con la realidad, también puede ser un detonante de nuestra
molestia, pues las cosas no han pasado como imaginábamos.
No
podremos controlar las circunstancias ni tampoco a las personas, pero
sí que podemos controlar nuestra respuesta. Por lo que no podemos
cambiar lo que alguien dice de nosotros o lo que hace y nos molesta,
pero por supuesto que podemos cambiar la actitud con la que enfrentamos
la vida.
La
responsabilidad asusta, pero es la que nos permite ser dueños de
nuestra vida. Reconocer nuestras emociones y sentimientos y hacerse
cargo de ellos, nos otorga la libertad de conocernos y elegir nuestra
actitud ante la vida.
Fuente: Infomistico
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