Hay siempre en mi interior instalada una sensación de inseguridad. Desde que nací me ha acompañado en todos los momentos de mi vida; rara vez me he podido deshacer de ella, puesto que cada vez que tengo que tomar una decisión me recuerda que está ahí, y me desmoraliza. Constantemente, cada vez, siempre, me pregunto lo mismo: ¿será esto lo que tengo que hacer?... ¿me callo o digo lo que estoy pensando?... ¿voy o no voy a ese sitio?...pienso que sí, pero siento que no, ¿qué hago?... ¿estoy seguro o sólo lo creo?...Con todas estas dudas que me provoca la inseguridad, poco y con mucha dificultad se puede avanzar.
Hay muchos tipos de inseguridades, pero no me interesa tratar de cómo las encuadra la psicología, sino que me interesa en general, y luego se lo irá aplicando cada uno a su caso.
La esencia de la inseguridad es el temor ante el cambio. Si uno tiene seguridad, fuerza, y fe en si mismo, no teme a las situaciones nuevas que le procura la vida; si uno duda, teme cualquier cosa que le pueda suceder. La inseguridad se produce cuando hay más de una posibilidad o más de una opinión probable. Puedo estar seguro de que no llueve ahora, de que soy varón, de que es sábado. Todo ello es relativo y está en función de unos acuerdos universales, porque “no llueve aquí” pero puede estar lloviendo en alguna parte del mundo; soy varón, pero seguro que alguien instruido puede hacerme ver que también soy hembra porque llevo algunos de los cromosomas que se les atribuyen a ellas; es sábado según el calendario, pero también puede seguir siendo viernes en alguna parte del mundo o, según la hora de este sábado del ejemplo, puede empezar a ser domingo en otro sitio. Son cosas que, como he dicho, hemos aceptado la totalidad del mundo y con ellas nos vamos entendiendo, pero cuando nos salimos de esas cuestiones casi matemáticas, comienzan las inseguridades.
Cuando hablamos de sentimientos o emociones, el sistema de base y medida es distinto; cuando hablamos de estar muy enamorados, no hay máquina ni regla que pueda indicar cuánto; si digo “quiero”, no sé si hablo de “amo” o de “deseo”; si me enfado o no hablo, no sé si estoy haciendo lo correcto.
Debemos entender la inseguridad como parte de la existencia. No rendirnos, sino saber que está ahí y nos va a seguir acompañando; saber que a pesar de ella hay que seguir viviendo, haciendo, pensando; saber que es una interferencia debida a una obligación que nos impusieron durante la educación de que todo tenemos que hacerlo bien porque de lo contrario, tras ello, hay un castigo, antes físico o psíquico, ahora moral. Surge la inseguridad porque nos preocupa demasiado el resultado de nuestras decisiones, y más si en una decisión nos jugamos nuestra economía, nuestra vida sentimental, nuestro futuro, o si en una decisión nos jugamos todo. (Fijaros qué sentido más contrario al suyo damos aquí a la palabra “jugamos”).
La verdad es que nunca nos lo jugamos todo; aunque se pierda todo siempre quedamos nosotros para volver a empezar. Pero esto corresponde más a los miedos. Hay que comprender que las dudas forman parte de la naturaleza humana; pero no permitir que acaben en angustias e inseguridades. Las dudas son la indeterminación ante dos juicios o dos decisiones; es un problema que se crea a nivel mental, porque hay dos posibilidades y no destaca especialmente una sobre la otra. La inseguridad es la falta de confianza en nuestra base cuando tenemos que actuar. La inseguridad produce indecisión y menospreciamiento. La inseguridad frena y mata. La inseguridad coarta el desarrollo natural de aprendizaje y evolución, porque nos para y nos impide seguir en el camino y en la vida.
La inseguridad, enemiga indeseada, debiera ser un punto de reflexión para ver cómo estamos siendo, cómo somos realmente humanos, cómo hay otra insatisfacción de posible solución, porque la inseguridad no es más que otra inaceptación de nuestra realidad y una muestra del desconocimiento de lo profundo que nos habita. Si somos capaces de descubrirnos y observar cuáles son los motivos de los que se alimenta, veremos que, si comprendemos nuestras limitaciones actuales, lo que somos en este momento, tanto si nos gusta como si no nos gusta, eso nos da una tranquilidad que nos permite amarnos y aceptarnos como somos; nos permite aflojar la rigidez y la excesiva y desmedida auto-exigencia; nos permite empezar a actuar más con buena voluntad que con codicia en los resultados; nos permite equivocarnos, experimentar, aprender, comprender.
Si conocemos lo profundo que nos habita veremos que no es tan importante lo material, que alguna vez será finito; que no es tan grave confundirse como quedarse sin intentarlo; que más importante que la acción es la moralidad y la intención con que se emprende; que la inseguridad es una lección para aprender a tomar decisiones, y nos deberá ayudar el hecho de vivir más que el de no acertar. La inseguridad, y esto si es seguro, irá desapareciendo a medida que sea menos importante darle satisfacciones al ego.
Fuente: Scribid.
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