Había, una vez, hace muchos años, un joven alto y fuerte que había sido contratado por el capataz de una empresa maderera para cortar arboles.
Aquel joven, dispuesto a conseguir aquel puesto de trabajo para el que había sido contratado, careciendo de experiencia, empuñó su hacha y, en su primer día, llegó a cortar 20 árboles, desde la salida del sol hasta el ocaso.
El capataz quedó satisfecho y lo felicitó. Ninguno de sus compañeros de trabajo, leñadores expertos, fue capaz de pasar de 17.
El capataz quedó satisfecho y lo felicitó. Ninguno de sus compañeros de trabajo, leñadores expertos, fue capaz de pasar de 17.
Al día siguiente, poniendo toda su fuerza y su entusiasmo en el trabajo, sólo consiguió cortar 15. Quedó muy decepcionado. ¿Qué le había pasado?
Al tercer día, no se detuvo ni para comer, y tan sólo consiguió cortar 12 árboles. Estaba desesperado, temiendo perder el puesto de trabajo.
Al cuerto día, al finalizar la jornada, lo llamó el capataz:
- No entiendo que te está pasando. Cuando, el primer día, cortaste 20 árboles, sin esfuerzo aparente, me felicité por haberte contratado y puse grandes esperanzas en ti. Hoy, estoy decepcionado: sólo has cortado 5. ¿Qué te pasa?
-No lo sé - respondió aquel joven, al borde de la desesperación- Hoy he iniciado mi jornada con la primera luz del día, no he descansado ni un sólo minuto, he dado de mano después que mis compañeros, y ya ve el resultado.
El capataz le hizo una pregunta clave, aunque elemental:
- ¿Has afilado el hacha?
- No. No he tenido tiempo.
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