...Lo importante y lo urgente
En un momento memorable del libro, el Principito habla al aviador sobre la importancia de mantener la pureza de la infancia, cuando distinguimos lo que es verdaderamente importante. En el curso de una discusión entre ambos, el niño de los cabellos dorados le pone este curioso ejemplo: “Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: ‘¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio…!’ Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!”
Saint-Exupéry insiste en la idea de la superioridad moral y espiritual de los niños, que saben ver lo esencial y se relacionan con la vida como un juego apasionante. Al llegar a la edad adulta, a menudo nos enterramos en preocupaciones que no nos dejan ver la que debería ser nuestra prioridad: vivir. En palabras del mismo autor, “si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cuál es la estrella que lo guía”.
Esto nos lleva a un síndrome muy común en nuestra sociedad sobreexcitada: la confusión entre lo importante y lo urgente. Entendemos que las urgencias –tareas de empresa, correos electrónicos, llamadas telefónicas, gestiones varias– deben ocupar siempre el primer lugar porque, una vez las hayamos atendido, ya habrá tiempo de ocuparse del resto. El drama es que el listado de lo urgente nunca termina, sino que tiende naturalmente a crecer y crecer, con lo que si nos dejamos arrastrar por esa inercia, jamás encontraremos tiempo para lo importante.
Para cada persona es algo –o una suma de cosas– diferente: el contacto con la naturaleza, la familia, una pasión artística, una meta espiritual… Lo que está claro es que, si no detenemos la maquinaria de lo urgente, lo importante jamás encontrará su lugar.
En uno de los pasajes más bellos del libro, el Principito se hace amigo de un zorro que le explica la importancia de tener una hora fija de encuentro, porque de lo contrario no sabría a qué hora empezar a ser feliz. Cuando el niño y el animal se despiden, este último le hace una reflexión sobre el amor y la responsabilidad, poniendo como ejemplo la rosa que el principito cuidaba en su lejano planeta. Le dice:
—Es el tiempo que has dedicado a tu rosa lo que la hace importante.
—Es el tiempo que he dedicado a mi rosa… —volvió a decir el principito, para recordar.
—Los hombres han olvidado esa verdad, pero tú no debes olvidarla —agregó el zorro—. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
—Soy responsable de mi rosa… —repitió el principito.
Si trasladamos esta metáfora a la situación actual, podemos concluir que la crisis que tanto se prolonga es fruto de una falta de responsabilidad individual y colectiva. Debemos cuidar de la rosa que reclama nuestra atención aquí y ahora, empezando por el medio ambiente.
La humanidad ha domesticado la naturaleza y cambiado el clima, poniendo en peligro la supervivencia de la especie. La única salida es ejercer de jardineros del mundo que hemos creado, escuchando sus avisos y atajando lo que lo enferma, del mismo modo que nos hacemos responsables de nuestra salud corporal.
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