LA QUIETUD MENTAL


Quizás has logrado la quietud de tu cuerpo, y quizás lograste volver tu atención hacia dentro, a ese momento oscuro en que solo el flujo interior y el movimiento respiratorio te habla de tu vida, de «esta» vida. Sin embargo, ¿que pasa ahí, en tu interior? No siempre la quietud corporal muestra la quietud mental,
o sensorial, o emocional, si bien el maestro y el instructor avispado intuye el movimiento interior por la actitud física. 

Muchos practicantes que se inician se sorprenden ante la riqueza y el barullo mental que se produce en el silencio. Al parar el cuerpo, al no tener aparentemente que controlarlo (sabes que no es así) tiendes a ocupar el tiempo en la divagación, en escaparte mediante la concatenación de pensamientos que surgen, en distraerte en memorias que aparecen, en imaginar escenarios y reproducir sueños despierto. No es algo que busques. Es algo que surge espontáneamente en cuanto te quedas quieto. Este flujo mental, que te lleva de un lado a otro, que va produciendo sin cesar juicios y análisis, discriminaciones y titulaciones, sentimientos de querencia y aversión, experiencias de rabia, duda, angustia, miedo, placer, alegría o tristeza, está ahí siempre, pero te das cuenta de él al intentar el silencio. Te parece que esto es tan natural y tan propio de ti que te identificas con ello como el proceso natural que conduce tu actuar, tus conclusiones vitales y también aquellos fenómenos y productos mentales a los que llamas «yo». En realidad, aceptas sin discusión que eres tus pensamientos, te identificas con lo que llamas tu ser racional: tus formaciones mentales, tus percepciones y emociones. 

Por ello cuando intentas lo contrario, no seguir este flujo de saltos continuos de distracción en distracción, te ves remando contra corriente, con gran dificultad, y tentado a pensar que esto es antinatural y que no te llevará a ninguna parte. Así que en esta iniciación, mientras controlas tu cuerpo y lo mantienes en quietud a fuerza de disciplina, te das cuenta de que el silencio es mucho mas que simplemente parar el cuerpo. Aunque parezcas tan quieto y sereno, sientes que estás lleno de ruido por dentro. Esta es la última ventana, o la última puerta de la casa que quieres cerrar para quedarte dentro, para hacer callar a la mona parlanchina que se mueve sin cesar. Este mono parlanchín con el que te identificas es realmente el que hace tu casa ruidosa. Tu iniciación se enfrenta ahora a lograr el silencio mental. 

Muchos practicantes a los que pregunto cómo practican, suelen decirme de seguido: «manteniendo la mente en blanco». Cuando así me responden, tengo tentación de repetir el gesto del maestro que ante esta pregunta, pellizcó al discípulo que le decía haberlo conseguido, diciéndole: «¿es que estás muerto?» No se trata de mantener la mente en blanco. 

Se trata de que tu foco no se desvíe, no se disperse en los mil pensamientos, emociones o imaginaciones, sino que se quede aquí. Los pensamientos surgirán, irán y vendrán pero el aprendizaje es no identificarte con ellos. La imagen que a mi mas me sirve es la de la montaña, que se asienta firme en el suelo, mientras las nubes y los pájaros pasan o se posan en ella. ¿Quien eres, la montaña, la nube, los pájaros, todo junto o nada? Al respecto, cita J. Goldstein: «...nos sentamos a solas la montaña y yo, hasta que solo la montaña quedó...» 

Habrás realizado en ocasiones la experiencia de la focalización. Vas abstraído en tu pensamiento paseando por el campo, y de pronto oyes un chillido, un grito de alarma de alguien. Instantáneamente el flujo de distracción se interrumpe y tu cuerpo y mente se centra en la búsqueda del objeto de alarma. Estas viendo en otra ocasión una película, y tu ser se incorpora al flujo de la narración, sin saber dónde o cómo estás. Oyes una bella música y te escapas con ella. Miras unos ojos amados y el tiempo cambia en ti. Vives el placer del orgasmo y tu control mental se diluye. Estas completo para tu foco de atención. Todas las acciones importantes de tu vida, de tu experiencia, son consecuencia de esta forma de proceder, donde la separación entre sujeto y objeto desaparece. 

Por ello la postura mental correcta es buscar un foco también para tu mente, para «defocalizar» de esa nube mental de distracción que te trae y te lleva. Ese foco en el zen, al menos al principio, es la respiración. El practicante se «ata» a la respiración, se vuelve respiración, y ese seguir la respiración, ser respiración, es la clave. No se trata de «pensar» la respiración, sino de unificarse con ella en el seno de uno mismo, corporal y mentalmente, en torno a algo no pensable. 

Esto puede resultar complicado, resulta complicado en la mayor parte de los casos para la mente acostumbrada a expresarse en productos mentales, en pensamientos y emociones. Lo que le has de decir a tu mente es: «puedes ir por donde quieras, pero yo me quedo aquí. Yo soy atención y soy por tanto respiración, momento a momento, instante a instante». Me he pasado años luchando en mi meditación con el simple hecho de no irme con mis pensamientos, de quedarme aquí. Aprendí finalmente que el mero hecho de «volver y mirar» de nuevo focalmente la respiración es, en si mismo, meditación. Ésta es la clave. Darse cuenta y volver. 

Sakyong Miphan Rimpoche dice en «Convertir la mente en nuestra aliada» (pág. 43): 
"Aunque nuestra mente desconcertada esté desentrenada, ya está meditando, tanto si lo sabemos como si no. La meditación es el proceso natural de familiarizarse con un objeto, colocando repetidamente nuestra mente en él... 
En la quietud apacible asentamos la mente en el momento presente. Colocamos la mente en la respiración y practicamos manteniéndola en ella. 
Cuando los pensamientos y las emociones nos distraen nos damos cuenta de ello, y continuamente volvemos la mente a la respiración; así nos entrenamos"

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