LA FLOR, SÍMBOLO DE LA TRANSFORMACIÓN


La flor de la planta es considerada un puente de unión con las dimensiones metafísicas. Se dice que Buda sólo tenía que mirar el cáliz de una flor para alcanzar un plano superior de conciencia (samadhi). 

En el sur de Asia y en otros lugares, se colocan flores a los pies de los ídolos. Determinadas flores, así como también el incienso, los cánticos, el agua del Ganges o el sonido de las campanas, atraen a los dioses y los hacen aparecer ante el ojo espiritual de los adoradores. Cada especie de flor es la expresión de una deidad: la flor del estramonio representa a Shiva, el destructor de todas las ilusiones; la flor de loto es el trono de la gran Diosa; la floreciente albahaca es Vishnu, el que lo conserva todo. Prácticamente no existe ningún hogar indio donde no se pueda encontrar un ramo de albahaca. 

Nosotros, los occidentales, a pesar de la secularización y el racionalismo, también seguimos adornando con flores nuestras habitaciones y casas para crear un determinado ambiente. Honramos a los muertos con coronas de flores y adornamos sus tumbas con coloridas flores.

Estas prácticas tienen su razón de ser, ya que es con la flor que la apariencia material de la planta entra en contacto con el más allá. Al ir entrando en el estadio de flor, la planta va evolucionando hacia la muerte. Va perdiendo progresivamente su fuerza vital, hasta alcanzar la última fase de crecimiento, cuando se produce una última metamorfosis, tras la cual la planta se vuelve hacia adentro. Vuelve a florecer brevemente en todo su esplendor antes de marchitarse. Desaparece por completo de este mundo visible y se convierte otra vez en el arquetipo, dejando atrás únicamente unas semillas diminutas. Sólo echando raíces en el suelo vitalizador, a partir de semilla o tubérculo, podrá volver a iniciar el curso de la vida. 

Siempre es la muerte cercana, la sequía, la oscuridad, el frío del invierno, el agotamiento de la vitalidad, lo que estimula a la planta a florecer, o lo que hace llenarse de vivos colores los bosques otoñales. Esto también lo saben los jardineros, que estimulan el desarrollo de las flores mediante la poda radical o la restricción artificial de agua.

Dado que la naturaleza externa, el mundo de las plantas, y la naturaleza interna del ser humano evolucionaron a partir de un mismo origen, podemos suponer que siguen estando relacionadas entre sí: “Las flores nos tocan el alma, porque tienen su origen en los efectos anímicos”. Por consiguiente, Edward Bach extrajo los remedios del lugar de la naturaleza macrocósmica donde se entrelazan los procesos vitales y los procesos psíquico-anímicos. En el ser humano, estos remedios también actúan en la zona de transición donde las emociones del alma se convierten en reacciones fisiológico-biológicas. Intervienen allí donde aún no hay nada fijo, donde todo está en suspenso.

Mechthild Scheffer en "Flores que curan el alma"

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