Un renombrado erudito, con fama de perspicaz, paró al pie del camino, en
una posada. Al observar unas huellas en la nieve, reflexionó así ante el
posadero:
- He aquí las huellas de un hombre profundo y valeroso; están en medio
del camino y avanzan con rectitud, la hondura de sus huellas denotan el
peso de su ciencia y su dignidad. A su lado, veo las huellas de los
discípulos que le siguen; todos le rodean mientras anda y escuchan sus
palabras, no hay tanta hondura en sus huellas pero, si perseveran con
este maestro, alcanzarán el conocimiento. Allí, por último, y al borde
del camino, apenas se distinguen las huellas erráticas de un niño, un
sólo soplo de aire las ocultará.
Al escuchar estas palabras el posadero riendo dijo:
- Señor, a pesar de
su error, tras sus palabras se oculta una honda verdad. Pero permítame que le corrija: Las huellas más
profundas son las de un reo condenado, el peso de sus grillos hacen
profundas sus huellas y firmes sus pasos. Las huellas que están a su
alrededor son las de los guardianes que lo escoltaban hacia su prisión,
guardianes y preso seguían, en verdad, un mismo camino. Las huellas más
leves no son las de un niño, sino las de un sabio que, sin ningún peso, erraba por este camino sonriendo y casi desnudo.
(Autor desconocido)
No hay comentarios:
Publicar un comentario