TESTIGO INDIFERENTE ANTE LA MENTE


   El mundo entero sigue y sigue: los ríos siguen fluyendo, las nubes siguen moviéndose en el cielo, los pájaros siguen char­lando en los árboles. ¿Por qué estás tan en contra de la mente? Déjala también que siga y siga,  tú despreocúpate.

Ser testigo no es un esfuerzo. Cuando no te inmiscuyes, surge el testigo. Sé indiferente a la mente, y en el clima de la indi­ferencia surge el testigo. La mera idea de que tienes que detener la mente es errónea, de que tienes que calmarla es errónea; de que tienes que hacer algo sobre este proceso que sigue y sigue es errónea. No se requiere que hagas nada. Si haces algo no ser­virá, ayudará al problema pero no a ti. Por eso, cuando meditas sientes que la mente se vuelve más loca, y cuando no meditas no está tan loca. Cuando estás meditando estás demasiado in­miscuido con la mente, estás intentándolo todo para calmarla. ¿Quién eres tú? ¿Y por qué deberías preocuparte por la mente, qué tiene de malo? Permite los pensamientos, deja que se mue­ran como nubes.

Cuando eres indiferente, de pronto estás observando. Con nada más que hacer, ¿qué vas a hacer? Sólo puedes observar, sólo puedes observar, sólo puedes ser testigo  y al ser testigo, la mente se detiene. No es que tú la pares. Nadie ha sido nunca capaz de parar la mente, porque el que la para también es parte de la mente. Y la idea de la meditación es parte de la mente la idea de que si consigues el silencio alcanzarás lo supremo es parte de la mente. ¡Así que no seas estúpido! La mente no puede silenciar a la mente. ¿Quién está haciendo esta pregunta, tú o la mente?
No eres consciente de ti mismo en absoluto; estos son trucos de la mente. Lo único que es posible, que se puede hacer, es ser indiferente y dejar que la mente siga. Cuando eres indiferente, de pronto surge una distancia entre tú y la mente. Aún la es­cuchas, porque llama continuamente a tus puertas, pero ahora eres indiferente. Ahora en tu interior no estás preocupado de si sigue o se para, no eliges. Le dices a la mente: "Si quieres se­guir, sigue: si quieres pararte, te puedes parar. No es de mi in­cumbencia". Es necesario este desinterés. En este clima de de­sinterés e indiferencia surge el testigo. De pronto ves que la mente nunca te perteneció: es un computador, es un me­canismo, y tú estás absolutamente separado de ella.

Abandona todos los esfuerzos para calmarla, y tan sólo per­manece pasivo, mirando cualquier cosa que pase. No des di­rección a la mente, no digas: "Sé así". No seas un guía de la mente y no seas un controlador. Toda la existencia sigue y nada te perturba. Así que ¿por qué debería perturbarte esta mente, un pequeño computador, un pequeño mecanismo? Disfrútalo, si puedes. Si no puedes, entonces sé indiferente. Y entonces de pronto, un día encontrarás que algo que estaba profundamente dormido en tu interior, se está despertando; una nueva energía está brotando en ti  una distancia de la mente. Y poco a poco, la mente continuará, pero lejos, lejos, lejos. Aún sigue parlo­teando, pero tú sabes que está parloteando en algún sitio lejano, cerca de una estrella; ni siquiera puedes entender u oír lo que dice. Y esa distancia sigue y sigue y sigue haciéndose más gran­de, hasta que de pronto un día no puedes descubrir dónde se ha ido la mente.

Este silencio es cualitativamente diferente al silencio que puedes practicar. El silencio real llega espontáneamente, no es algo que se practique. Si lo practicas, puedes crear un silencio falso. La mente es tan tramposa: puede darte una falsa noción de silencio, pero eso también pertenece a la mente.


Así que no te esfuerces por calmarla. Más bien, siéntate a un lado, a un lado del camino, y deja que pase el tráfico. Obsérvalo, míralo, con ojos de despreocupación, de indiferencia, y lo que has estado deseando sucederá pero no por el deseo. El deseo no te permitirá ser indiferente. Buda ha usado la palabra upeksha que significa indiferencia absoluta; y dice que nunca puedes volverte meditativo a no ser que hayas alcanzado la upeksha, la indiferencia. Ese es el terreno. En ese terreno ger­minan las semillas de la meditación  no hay otro camino.

Osho 
Tao Los Tres Tesoros

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