LA MUJER MARIPOSA

Cuentan que, cuando nací, mi tribu estaba preparando la Gran Cacería. Nos trasladábamos, por el cañón del rio Balalé, en busca de búfalos, a la espera de mi metamorfosis. 
El tiempo me fue cubriendo de un vendaje vegetal de seda que me protegía del exterior, dentro de un capazo trenzado con hojas halfa por las ancianas de la tribu. A través de este tejido los rayos de sol entraban por sus orificios y me llenaba de energía para crecer. La luz le daba al huevo un aspecto mágico por el brillo que desprendía. 
Dentro de él, yo estaba en el proceso final de cambio, donde los sueños y las visiones me tenían ajena a todo lo físico. Espirales de flores, luces en elipse, ondas de colores y sonidos armónicos llenaban mi espacio. 

Cuentan que, cuando nací, el viejo chaman emitía sus cánticos de llamada a la vida, para recibirme. Esa fue la señal que había de llegar. Su profunda voz se hundía en el barro, enraizaba junto a la hierba y se alargaba con las ramas de los árboles, se pegaban a las plumas de los pájaros para transmitirse por todo el cañón. A su vez los ritmos del tambor creaban un latido que conectó con el de mi corazón y me ayudó a tomar conciencia, comenzando a romper el capullo de seda para poder salir al mundo como Mujer mariposa. 
Me encontré dentro de un círculo compuesto por mujeres de la tribu que, a su vez, estaba dentro de otro círculo más amplio donde los hombres acompañaban al gran Chaman. Al salir y liberarme del tejido protector, aparecieron sobre mi espalda unas amplias alas de mariposa, de color turquesa, rematadas por una gruesa línea azul muy oscura. En ese momento todos dieron un pequeño salto para atrás, para luego celebrarlo con un gesto de admiración. 
Pasaron unas horas y me fui recuperando del esfuerzo realizado y, por fin, pude ponerme de pie y mirar a todo el clan, que esperaba con ansiedad este momento. Probé mi voz y comencé a hablar. 

Cuentan que, cuando nací, las mujeres acogieron mi llegada con emoción, era fruto de su deseo y así me lo hicieron saber. A cambio yo las comuniqué que traía un mensaje para ellas:
“Os traigo un mensaje, para vosotras mujeres, que sois portadoras de la semilla creadora. Reconoceros y saber que dentro de cada una al nacer habéis encendido un pequeño fuego interior, necesario para enraizar con la Tierra. Es el fuego que ha de dar calor a los hombres y que constituye la esencia de los Seres humanos. Vuestro espíritu galopa sobre el valle y se extiende hasta el horizonte, en forma de ondas, ondas de amor que van hasta dónde no llega nuestra vista. Este fuego lo habéis de mantener con vuestra risa, siempre vivo, para sostén de todos y equilibrio entre todos los Seres que habitan la Madre Tierra”.
 
Las mujeres del círculo se sintieron orgullosas y sus ojos brillaban como nunca. El silencio de los hombres que las rodeaban hablaba de reconocimiento y gratitud. Colocaba en el centro de sus corazones al centro de la tribu, como una espiral que crece y retorna, conectando con el palpitar de un gran corazón, el de toda la humanidad. 
Recuerdo que, cuando terminé mi cometido, alcé el vuelo, con mis alas azul turquesa. Una vez en el cielo, habiéndose puesto el Sol, pude observar sus pequeños fuegos, allá en la tierra.
Realmente eran luz para todos.

 Fuente:
Astroreth

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