LA CARGA DEL ELEFANTE


Había, una vez, en un país lejano llamado India, un hombre rico, dueño de una gran casa con huertos, jardines y sirvientes.

Como era tan rico se permitía el lujo de tener algunos elefantes que utilizaba para transportar sus mercancías de un lado al otro de su ciudad. 
Sus negocios iban viento en pompa y se consideraba un hombre afortunado, vestía finamente, comía cosas exquisitas y sus sirvientes, de vez en cuando, le deleitaban con música, cuando el sol del atardecer se despedía tras el horizonte de las suaves colinas que delimitaban su ciudad. Flautas, oboes y arpas hacían de ese instante un mágico momento. Era entonces cuando el hombre rico se permitía soñar con sitios lejanos, desconocidos, remotos en la distancia. 

Él nunca había salido de su ciudad natal. Allí nació y allí creció, pero ahora se preguntaba ¿cómo serán esas otras ciudades del mundo?, y, sobre todo, ¿cómo serán el resto de los hombres?. 
Sentía curiosidad y, al mismo tiempo, un cierto temor.

Y así permanecía largo tiempo pensando, imaginando..., hasta que un día, mientras sus sirvientes esparcían por doquier las agradables notas de sus cantos, tomó la decisión de viajar.

¡Viajar!, si, si... Con gran entusiasmo, se dispuso a preparar todo lo indispensable. Para ello pidió la ayuda de su querido sirviente mas anciano, pues para él era tal vez como su propio padre, y le tenía tanto aprecio que hasta le ofreció uno de sus elefantes para que no tuviera que acompañarlo caminando sino cómodamente sentado sobre el lomo de su elefante.

Al día siguiente, a primeras horas del amanecer, ambos se dispusieron a cargar a sus respectivos elefantes con los utensilios que consideraban oportunos. El hombre rico andaba muy atareado visitando los graneros y las salas, y de cada sitio de donde salía arrastraba dos o tres objetos;
  • Esta capa de buena lana por si llueve, esta lámpara de aceite por la oscuridad de la noche ¡quien sabe los peligros que pueden acecharnos en tierras extrañas!... Claro, que también he de cargar suministro de aceite para que nunca me falte la luz. Estas provisiones de arroz y especias por si no nos dieran de comer, tal vez no son amigables ¡y yo no estoy dispuesto a pasar hambre!. Pero, claro está, he de cargar los cacharros para cocinar...¡ah! Y también fajos de leña, no sea que en esas tierras no hayan árboles o matojos secos y no pueda encender el fuego. ¿Y dónde me sentaré mientras como?, ¿y si en aquellas tierras remotas no hay ni siquiera piedras donde pueda acomodar mi trasero? Y, pensando en acomodarme, he de llevar también un colchón de plumas de oca, por si acaso no encontráramos sitio para dormir.
Y así siguió durante largo tiempo, cargando su elefante con mas y mas objetos cotidianos o extravagantes. 

Cargó tanto al animal que apenas se le veían, por entre los bultos, las enormes y redondas orejas, la trompa y sus cuatro patas.

-Bueno, -dijo satisfecho el hombre observando su tarea-, creo que lo llevo todo. Aunque no se...,puede que me falte algo esencial. Eso me pondría muy furioso, no puedo echarme al mundo sin tomar las debidas precauciones. Aquí tengo todo lo que necesito para vivir, no me falta nada, me siento seguro porque conozco a todos, se en quien debo de confiar y en quien no, pero fuera de esta ciudad ¿quién sabe que maldades, peligros y crueldades nos esperan?, ¿cómo se yo que los hombres no serán hostiles conmigo? He de defenderme.
Terminó sus preparativos, mientras se ajustaba el puñal en su cinturón.

En el otro lado del patio, su sirviente cepillaba a su elefante con una bayeta, con mucho cuidado, mientras el animal cogía agua del estanque, la almacenaba en su trompa hasta que la subía por encima de su lomo y, como si fuera un surtidor, se duchaba con el agua fresca.

-¿Aún no has preparado tu elefante?- le preguntó el hombre rico- Date prisa, nos iremos antes de que el sol esté alto en el cielo.
-Mi señor- contestó el sirviente-, mi elefante ya está preparado, cuando queráis podemos emprender el viaje.
-¿Pero qué dices?,¡si no has cargado nada todavía!
-Ni lo haré, pues no necesito llevar carga alguna.
-No te comprendo, mira yo cuantas cosas voy a necesitar. No digo que tu cargues tanto como yo, pero ¿acaso no eres consciente de los peligros que nos puedan acechar en el extranjero?.
-MI señor, con todo respeto. ¿acaso no eres tu consciente de que todo lo que necesitemos lo tendremos a nuestro alcance?
-¿Qué quieres decir?- preguntó el hombre rico abriendo mucho los ojos
-Cuando tenga sed o hambre, la naturaleza generosa, me ofrecerá agua en un riachuelo para beber, o frutos para comer. 
Cuando esté cansado, buscaré un lecho de hojas bajo la sombra de algunos árboles. 
También,  si llueve, me cobijaré en alguna cueva, al abrigo de la tormenta. 
Por la noche me deleitaré con la luz de los millones de estrellas que hay en el cielo y soñaré,
Nada temo, pues nada tengo que guardar. A los hombres que encuentre en el camino les miraré a los ojos y,  puesto que me veré a mi mismo en su reflejo, ¿qué he de temer?, ¿no ha de quererme igual aquel que es como yo y yo soy como él?.

Y allá se fueron los dos hombres y los dos elefantes. El hombre rico había cargado tanto a su elefante, por causa de su inseguridad y sus miedos, que la pobre bestia iba renqueando, aplastada por el peso de los enseres que llevaba. Por supuesto, el hombre caminaba a su lado pues era imposible subir.
A su lado, el sirviente, sobre el lomo de su elefante, cantaba feliz el mantra de la diosa:
   Om nama shivaya, om nama shivaya...


No sabemos que fue de estos viajeros de la India, pero lo que si sabemos es que cuanto mas miedo acaparas, mayor es la presión del mundo y mas te desmoralizas. 
Si actúas sin temor, con el corazón rebosante de amor y completamente libre en todas las circunstancias de la vida, si intentas ser fuerte y te sacudes los miedos, verás como progresa el bien en el mundo y en tu corazón la alegría.

Florinda. 

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