LA MEDITAR NO ES CONTROLAR




Cuando medites, no trates de controlar nada. Simplemente trata de crear un espacio para la mera observación. 
Date cuenta de cómo sucede la experiencia, de cómo es. 
No trates de intervenir en la experiencia. No la manipules. No busques un estado en concreto.





La mayoría de las personas que se acercan a la sala de meditación vienen con la idea preconcebida de que meditar es una práctica que consiste en luchar contra el pensamiento. Como si la meditación fuera un combate interior donde tratamos de someter y controlar a la mente. Esta forma de enfocar la práctica busca el logro de un objetivo predeterminado: derrotar a la malvada mente.

Si éste fuera el caso, date cuenta de que te estás posicionando en un bando y colocando a la mente, como enemigo, en otro. Ésta es la semilla que perpetua la división, la contradicción y el sufrimiento.

Precisamente esta sensación de que debes luchar, de que debes controlar, de que debes vencer, es el viento que mantiene dando vueltas al molino de tu malestar. Si te aquietas un poco podrás escuchar como giran y giran sus aspas creando un cansino ruido de fondo.

Tu ilusión consiste en tratar de alcanzar una paz que crees que llegará el día en que logres dominar y vencer definitivamente a la mente. Pero a todo aquel meditador sincero que haya dedicado tiempo y energía a este tipo de práctica no le queda otra que reconocer su frustración. Y es que mientras siga en marcha el motor de la lucha la rueda egoica no se detendrá.

No digo que del esfuerzo del combate no se puedan obtener beneficios momentáneos, cierta paz, cierto bienestar, pero todos estos estados están irremediablemente abocados a pasar, no durarán. 

Si estás observando la respiración, date cuenta de cómo sucede. De cómo el movimiento se da por sí solo. No intervengas en ello. No fuerces la respiración. A medida que la observación de la respiración se va tornando más pura, la respiración va cambiando, sus exhalaciones son ahora más profundas y alargadas. Esto favorece que el cuerpo se vaya relajando. La mente se aquieta y se serena de un modo natural. No hay nadie luchando, ni tratando de controlar nada. Solo un presenciar desidentificado que favorece esta sintonización de la vibración del cuerpo-mente con nuestra verdadera naturaleza.

El grado de pureza o impureza en la observación viene determinado por la sensación de control. Si en la meditación está presente la sensación de que puedes manipular o intervenir en aquello que es observado, la calidad de la observación es menor. 

Para ilustrar este punto tomaremos como ejemplo la metáfora del espectador:

Imagina que estás observando una película en el cine plenamente consciente de que estás sentado en tu asiento.

Mientras visionas el film, no tendrías la más mínima sensación de poder interveniren el contenido de la película, ni de poder manipular el resultado del mismo, no te sentirías capaz de controlar lo que está sucediendo en la pantalla.

Esta presenciación, esta observación, sería más pura, más des-identificada, más consciente, que si, por el contrario, estuvieras en el cine, observando la película totalmente absorbido por lo que fuera surgiendo en la pantalla, creyendo de algún modo sutil, en esa implicación, que la película podría ser distinta de cómo está siendo. Así, entraría en juego la sensación de que de alguna manera tu voluntad puede cambiar o manipular los acontecimientos que se van sucediendo en el film. Esta identificación con la ilusión de un posible control es la semilla de la que brota toda perturbación, mayor o menor dependiendo del grado de implicación con el protagonista o con la historia proyectada. 

Una observación más pura de la respiración es aquella que se va dando a medida que te vas dando cuenta de cómo sucede la respiración por si sola y a la vez, de forma sutil, de cómo este funcionar de la respiración está siendo observado desde un trasfondo, desde un espacio interior. Así, la sensación de control se va perdiendo en esta profundidad que percibe libre desde su asiento interior. Y el ego, que no es más que esa sensación de control, se va diluyendo en esta observación cada vez más pura, más interiorizada.

Es precisamente este posicionamiento, esta perspectiva más real que otorga este darse cuenta de lo que sucede, como película, y de mi mismo, como espectador inafectado, lo que favorece que la vida se experimente y funcione de un modo más fluido.

En el caso de la observación de la respiración, esto hace que ésta se torne cada vez más armónica, y así la respiración empieza a funcionar de un modo más saludable y relajado.

Esta enseñanza es válida para la respiración, para todos los demás procesos funcionales y para todos los demás aspectos de la vida. Puedes empezar aprovechando la meditación para ir dándote cuenta de la profundidad que observa la respiración, y este darte cuenta de ti mismo, como profundidad que percibe en el trasfondo, irá favoreciendo de un modo natural una vida más fluida y armoniosa.

A medida que este conocerse a uno mismo como profundidad se va activando, meditación tras meditación, la sensación de que debes controlar, de que debes manipular, de que debes luchar para estar bien o estar en paz, se va disolviendo. De un plumazo te liberas de esa angustiosa sensación de que las cosas deberían de ser distintas para poder ser plenamente feliz. 

Y así la vida se va tornando una distendida presenciación del cada vez más fluido, ligero y contento funcionar del cuerpo.


Fuente: Datelobueno

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