EL SAMURAI Y EL PESCADOR



Había, una vez, en Japón, hace mucho tiempo, un Samurai que le había prestado dinero a un pescador. Hizo un viaje para cobrarlo, a la provincia Itoman, donde vivía el pescador. No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y, al no encontrarlo allí, lo buscó por todo el pueblo.
A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo, se iba enfureciendo. Finalmente, al atardecer, lo encontró escondido bajo un barranco que lo protegía de la vista. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó: 
- ¿Qué tienes que decirme, ingrato?.

El pescador replicó:
- Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad...

 El Samurai dijo:
- ¡Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas, te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer.
- Lo siento- dijo el pescador-. Lo que quería decirle es que acabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es este precepto: “Si alzas tu mano, controla tu temperamento; si tu temperamento se alza, controla tu mano."

El Samurai quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: 
- Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto: volveré, en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero. 

Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.

Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira, ¡se dio cuenta de que era un samurai!

Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar, cuando se acordó de las palabras del pescador: "Si tu mano se alza, controla tu temperamento; si tu temperamento se alza, controla tu mano."

Volvió a la entrada y dijo en voz alta. 
- ¡He vuelto! 

Su esposa se levantó, abriendo la puerta, y salió junto con la madre del Samurai para saludarlo. La madre vestía ropas de él: se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar intrusos durante su ausencia.

El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, salió corriendo y le dijo: 
- Gracias, por haberme esperado. ¡He tenido un buen año! Aquí está lo que le debo y, además, los intereses. ¡No sé cómo darle las gracias!.

El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y le dijo: 
- Quédate con tu dinero. No me debes nada. ¡Soy yo el endeudado contigo!


Fuente: Galeón

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