Si nuestros pensamientos nos hacen enfermar, ¿pueden también curarnos?
Un simple pensamiento puede activar la respuesta de estrés. También he mencionado el hecho científico de que las sustancias químicas asociadas al estrés activan unos genes en particular al crear un entorno muy duro para las células, lo cual puede generar enfermedades. Por eso es lógico que nuestros pensamientos puedan hacernos enfermar. Si nos hacen enfermar, ¿pueden también curarnos?
Pongamos que una persona está resentida por algunas experiencias vividas en un corto espacio de tiempo. Sus reacciones inconscientes a estas vivencias hacen que se aferre a su amargura. Y las sustancias químicas correspondientes a esta emoción inundan entonces las células de su cuerpo. Con el paso de las semanas esta emoción se transforma en un estado de ánimo y, al durar durante meses, en un temperamento. Si éste se mantiene presente durante años, acaba formando un fuerte rasgo de personalidad llamado resentimiento.
En realidad, esta persona ha memorizado la emoción tan bien que ahora el cuerpo conoce el resentimiento mejor que la mente consciente, porque el ciclo de pensar y sentir, y sentir y pensar, se ha estado dando durante años. Ahora que sabes que las emociones son la huella química de una experiencia, ¿no te parece que mientras esta persona siga aferrada al resentimiento su cuerpo continuará reaccionando como si estuviera viviendo los episodios de años atrás que lo causaron? Y si fue la reacción del cuerpo a estas sustancias químicas del resentimiento lo que alteró la función de determinados genes y esta reacción ha seguido indicando a los mismos genes que respondan de la misma manera, ¿no crees que el cuerpo puede acabar desarrollando una afección física como el cáncer? Si es así, ¿es posible que en cuanto esta persona desmemorice la emoción del resentimiento —al dejar de tener los pensamientos que la crearon y viceversa—, su cuerpo (como mente inconsciente) se libere de esta adicción emocional? Con el tiempo, ¿dejará de indicarles lo mismo a los genes?
Pongamos que empieza a pensar y sentir de una nueva forma, hasta tal punto que se inventa un nuevo ideal de sí mismo relacionado con una nueva personalidad. A medida que vive en un nuevo estado del ser, ¿es posible que lo que les indique a los genes sea beneficioso y prepare el cuerpo para sentir un estado emocional elevado, antes de alcanzar la buena salud que desea? ¿Podría hacerlo hasta el punto de que el cuerpo empiece a cambiar simplemente con los pensamientos?
Lo que acabo de describir en términos tan sencillos le sucedió a un alumno de uno de mis seminarios que se curó de un cáncer.
Bill, de 57 años, trabajaba en una empresa dedicada a la reparación de tejados. Tras visitar a un dermatólogo por una lesión que le había aparecido en el rostro, le diagnosticaron un melanoma maligno. Aunque se sometió a cirugía, radioterapia y quimioterapia, el cáncer se le propagó por el cuello, después por el costado y por último por la pantorrilla. Cada vez que el cáncer se manifestaba, se sometía a la misma clase de tratamiento. En muchas ocasiones se decía: «¿Por qué me ha tenido que pasar a mí?» Sabía que su excesiva exposición al sol era un factor de riesgo, pero otros compañeros que trabajaban con él no habían desarrollado ningún tipo de cáncer. Se obsesionó con esta injusticia.
Después de recibir el tratamiento en el costado izquierdo, se preguntó si sus pensamientos, emociones y conductas habían contribuido a su enfermedad. Mientras reflexionaba sobre ello, descubrió de pronto que durante más de treinta años había estado resentido, pensando y sintiendo que siempre tenía que renunciar a lo que quería por el bien de los demás. Por ejemplo, al terminar los estudios en el instituto había querido ser un músico profesional. Pero cuando su padre sufrió una lesión que le impidió seguir trabajando, tuvo que unirse a la empresa familiar dedicada a la reparación de tejados.
Después de recibir el tratamiento en el costado izquierdo, se preguntó si sus pensamientos, emociones y conductas habían contribuido a su enfermedad. Mientras reflexionaba sobre ello, descubrió de pronto que durante más de treinta años había estado resentido, pensando y sintiendo que siempre tenía que renunciar a lo que quería por el bien de los demás. Por ejemplo, al terminar los estudios en el instituto había querido ser un músico profesional. Pero cuando su padre sufrió una lesión que le impidió seguir trabajando, tuvo que unirse a la empresa familiar dedicada a la reparación de tejados.
A pesar de los años, seguía reexperimentando la misma horrible sensación que cuando le dijeron que debía renunciar a sus aspiraciones, su cuerpo seguía viviendo en el pasado. Este episodio estableció un patrón de sueños rotos en su vida. Siempre que algo le salía mal, como cuando el sector de la construcción cayó en picado justo después de expandir él su negocio, le echaba la culpa a alguien o a algo.
Bill había memorizado tanto la pauta de la respuesta emocional de la amargura, que ésta se acabó convirtiendo en un rasgo de su personalidad, en un programa inconsciente. Su estado del ser había estado indicando lo mismo a los mismos genes durante tanto tiempo que habían creado la enfermedad que ahora sufría. Bill no podía permitir que su entorno le siguiera controlando: las personas, los lugares y las influencias en su vida siempre le habían estado dictando cómo pensar, sentir y actuar. Intuyó que para romper los vínculos que mantenía con su antiguo yo y reinventar uno nuevo debía apartarse de su entorno habitual.
Decidió hacer un retiro durante dos semanas en Baja, México, alejado de su familia. Las cinco primeras mañanas se dedicó a observar lo que pensaba cuando se sentía resentido. Se volvió un observador cuántico de sus pensamientos y sentimientos y tomó conciencia de su mente inconsciente. Después observó su conducta y sus acciones inconscientes de antes. A partir de entonces decidió que todo lo que pensara, hiciera o sintiera estaría lleno de afecto hacia sí mismo.
Decidió hacer un retiro durante dos semanas en Baja, México, alejado de su familia. Las cinco primeras mañanas se dedicó a observar lo que pensaba cuando se sentía resentido. Se volvió un observador cuántico de sus pensamientos y sentimientos y tomó conciencia de su mente inconsciente. Después observó su conducta y sus acciones inconscientes de antes. A partir de entonces decidió que todo lo que pensara, hiciera o sintiera estaría lleno de afecto hacia sí mismo.
Tras la primera semana de vivir en este estado de plena atención, Bill se sintió libre porque había liberado a su cuerpo de la adicción emocional al resentimiento. Al dejar de tener los mismos pensamientos y sentimientos de siempre que influían en su conducta, impidió que las señales de las emociones de supervivencia hicieran que su cuerpo le llevara a pensar como de costumbre. Y después usó la energía que su cuerpo había liberado para crear un nuevo destino.
Durante la siguiente semana se sintió tan bien que reflexionó sobre la nueva persona que quería ser y cómo respondería a la gente, los lugares y las influencias que lo habían estado controlando. Por ejemplo, decidió que cuando su mujer y sus hijos expresaran un deseo o necesidad les respondería con bondad y generosidad, en vez de hacerles sentir como una carga. Es decir, se centró en cómo quería pensar, actuar y sentir al enfrentarse a situaciones que antes eran un reto para él. Estaba creando una personalidad nueva, una mente nueva, un estado del ser nuevo. Bill empezó a poner en práctica lo que había decidido mientras hacía el retiro en la playa de Baja.
Al poco tiempo, advirtió que el tumor de la pantorrilla había disminuido. Una semana más tarde, cuando fue al médico, ya no tenía cáncer. Y sigue estando sano hasta el día de hoy.
Al hacer que las neuronas se activaran de otras formas, cambió bio- lógica y químicamente. Con ello envió nuevas señales a nuevos genes, y las células cancerosas no pudieron coexistir con la nueva mente, la nueva química interior y el nuevo yo. Antes estaba atrapado en las emociones del pasado, pero ahora vive en un nuevo futuro.
Joe Dispenza
DEJA DE SER TU
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