EL LADO BUENO DE LA TRISTEZA

En 1960 se diagnosticaba depresión al 0,5% de la población. El año 2008 al 10%. Las previsiones hablan de que en el 2020 el porcentaje será de un 25%. Ante estos incrementos astronómicos del número de pacientes depresivos, surgen obviamente una cascada de preguntas. ¿Tan mala era la psiquiatría de los años sesenta que erraba tanto en los diagnósticos? ¿O es que se han modificado las reglas del juego? ¿No será que se confunde tristeza con depresión? Para intentar responder a estas preguntas, propongo basarnos en los planteamientos de la psicología y la psiquiatría evolucionista, un nuevo paradigma que surge en los años 90 y que está aportando mucha luz al área de la salud mental.
Desde la perspectiva evolucionista, la tristeza no es una enfermedad o un mal, sino una emoción adaptativa que busca detener la actividad del sujeto para evitar que malgaste energías en actividades que no le están proporcionando satisfacciones, que no le están yendo bien. Porque las emociones son eso, predisposiciones a la acción para modificar nuestra conducta y adaptarla a las circunstancias. Desde esta perspectiva, estar triste no es algo anormal o extraño o patológico, sino un funcionamiento muy útil que la evolución ha seleccionado porque nos permite replantearnos las relaciones con los otros cuando nos hacen daño, o reorientar nuestros objetivos y proyectos cuando nos llevan una y otra vez al fracaso .
Gracias a la tristeza nos ponemos pensativos, nos hacemos muchas preguntas sobre nosotros mismos y la vida, buscamos el apoyo y el consejo de nuestros amigos y seres queridos, y tomamos decisiones, a veces radicales, que nos llevan a cambios importantes en nuestras vidas. Sin la tristeza seguiríamos fracasando una y otra vez sin que esto nos afectara.

Ahora bien, se ha de señalar que hay un tipo de tristeza, que no es adaptativa, que es patológica, porque el sujeto entra en un estado en el que no es capaz de replantearse sus objetivos, ni de comunicarse con los otros. La persona entra en una situación de imposibilidad de actuar y de imposibilidad de relacionarse, que obviamente no es adaptativa. Ya en el siglo XVII, Robert Burton en su Anatomía de la tristeza describía 88 tipos de tristeza. Y también un siglo antes, Ignacio de Loyola describía magníficamente la complejidad de la psique humana diferenciando la desolación (estar sin sol) de la consolación (estar con sol). ¿Es que hoy, con todos nuestros adelantos científicos, solo sabemos ver un tipo de tristeza, la tristeza patológica?

Esta situación está despertando lógicamente un gran debate porque estamos perdiendo el sentimiento humano de tristeza, desvirtuándolo y convirtiéndolo en un mero síntoma patológico, un sinónimo de enfermedad. Y la tristeza es un elemento muy importante de nuestra vida psíquica, de nuestro patrimonio cultural. Es un elemento básico en la literatura, la música, el arte… Es más, como señalaba el filósofo norteamericano Richard Rorty, sin tristeza no hay compasión ni solidaridad, que son el fundamento de los Derechos Humanos. Si nos quitan la tristeza, el día que la tristeza desaparezca, ese día ya no seremos humanos, seremos otra cosa.
La clasificación psiquiátrica dominante hoy en día, el DSM (Diagnostical Statistical Manual), está confundiendo la tristeza y el duelo con la depresión, ya que diagnostica por síntomas sin tener en cuenta el contexto, lo que está llevando a una psiquiatrización de la vida cotidiana. ¿Hacia qué tipo de civilización uniforme y deshumanizada nos dirigimos por este camino?

Que no toda tristeza es depresión se halla magníficamente reflejado en la literatura. ¿Qué escritor o qué poeta no ha hablado de la tristeza? Así, en la novela Las inquietudes de Shanti, Andía Baroja escribe: “A veces me embarga una tristeza tan extraña, que creo que sería muy desgraciado si no pudiera sentirla alguna vez… Me gusta pasear por la playa y saturarme de la enorme melancolía del mar y empaparme en su gran tristeza” 

Terminaré con unos versos de Machado:
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía
que nace al morir el día
Una balada en otoño
a veces como un murmullo
y a veces como un lamento
y a veces viento

Joseba Achotegui  Los trastornos mentales, un enigmático legado de la evolución (El mundo de la mente)

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